Cerremos los ojos y soñemos con estar parado frente a un rascacielos de 632 metros de altura que parece sacado de Blade Runner, con el reflejo de templos milenarios bailando en sus ventanas de vidrio. Ahora imaginá que a cinco minutos de ahí, una abuela está preparando xiaolongbao (dumplings al vapor) con la misma receta que aprendió de su bisabuela hace setenta años. Esa es Shanghai: una ciudad que desafía cualquier definición simple, un lugar donde el pasado y el futuro no solo coexisten, sino que se abrazan en una danza fascinante.
Con más de 26 millones de habitantes, Shanghai es la ciudad más poblada de China y uno de los centros financieros más importantes del mundo. Pero reducir Shanghai a números y estadísticas no es justo. Esta es una metrópolis que logró algo casi imposible: modernizarse a una velocidad vertiginosa sin perder su alma tradicional china.
En este artículo Travel Wise te llevará por un recorrido profundo de todo lo que Shanghai ofrece, desde sus rascacielos que desafían la gravedad hasta sus callejones donde el tiempo parece haberse detenido en la dinastía Ming. Te vamos a contar sobre sus contrastes imposibles, sus secretos mejor guardados, y cómo esta ciudad logra ser simultáneamente la más futurista de Asia y una de las más arraigadas a sus tradiciones ancestrales, todo con la impronta de tu empresa de viajes Travel Wise.
Porque Shanghai no es solo un destino turístico. Es un experimento social, cultural y arquitectónico que está redefiniendo lo que significa ser una ciudad del siglo XXI mientras honra cinco milenios de civilización china.
Empezamos con el lugar más icónico de Shanghai, ese que aparece en todas las fotos y que sigue sorprendiendo incluso después de verlo mil veces: The Bund. Pero acá está el secreto que muchos turistas no captan: The Bund no es solo un paseo bonito con vista a rascacielos; es el testimonio físico de uno de los encuentros culturales más fascinantes de la historia moderna.
Durante casi un siglo, The Bund fue el centro financiero de Asia. Bancarios británicos, comerciantes franceses, empresarios americanos y magnates chinos construyeron aquí edificios que combinaban el esplendor arquitectónico europeo con la ambición asiática. El resultado es un kilómetro y medio de estructuras art déco, neoclásicas y neogóticas que parecen sacadas del Londres o París de 1930, pero con ese toque inconfundible de Shanghai.

Lo que más nos fascina de The Bund es la simetría casi poética que ofrece. De un lado tenés estos edificios coloniales impecables, testigos de una época donde Shanghai era conocida como «el París del Este». Del otro lado del río Huangpu, tenés Pudong: el distrito financiero ultramoderno que parece diseñado por un arquitecto del futuro que vio demasiadas películas de ciencia ficción.
Caminar por The Bund es como leer un libro de historia donde cada edificio cuenta su capítulo. Está la antigua aduana con su reloj inspirado en el Big Ben. El Peace Hotel, donde las bandas de jazz tocaban para la élite internacional en los años 20. El Hong Kong & Shanghai Bank, con sus techos decorados con mosaicos de signos zodiacales que mezclan astrología china y occidental.
El mejor momento para visitar The Bund es al atardecer, cuando el sol empieza a ponerse detrás de Pudong y los edificios de ambos lados del río se iluminan. Es en ese momento cuando entendés por qué Shanghai es única: estás literalmente parado entre dos eras, dos filosofías arquitectónicas, dos formas de entender el progreso, y de alguna manera, ambas funcionan perfectamente juntas.
Un tip que muy pocos turistas aprovechan: tomá el túnel turístico que cruza el río. No es solo transporte; es una experiencia psicodélica con luces de colores y efectos visuales. Es kitsch, es excesivo, y es absolutamente Shanghai.
Si The Bund representa el Shanghai colonial, Pudong es el Shanghai del siglo XXI en toda su gloria tecnológica y ambición desmedida. Hace apenas treinta años, Pudong era prácticamente campo rural. Hoy es uno de los horizontes urbanos más impresionantes del planeta, con rascacielos que compiten entre sí no solo en altura sino en originalidad arquitectónica.

La Torre de la Perla Oriental (Oriental Pearl TV Tower) es probablemente el edificio más fotografiado de Shanghai. Con sus esferas rosadas distintivas que parecen perlas gigantes enhebradas en una aguja, es imposible confundirla con ningún otro edificio del mundo. Cuando la construyeron en 1994, era la estructura más alta de China. Ahora está rodeada de edificios que la hacen ver pequeña, pero sigue siendo el símbolo más reconocible de la ciudad.
Pero lo realmente impresionante no es la Perla Oriental; es la Shanghai Tower. Con 632 metros de altura, es el segundo edificio más alto del mundo (después del Burj Khalifa en Dubai). Lo que hace especial a la Shanghai Tower no es solo su altura, sino su diseño: una espiral que se retuerce hacia el cielo, cubierta de vidrio que refleja las nubes de una forma que parece casi líquida.
El Shanghai World Financial Center, apodado «el abrebotellas» por el agujero rectangular en su parte superior, ofrece uno de los miradores más impresionantes del mundo. A 474 metros de altura, el piso es parcialmente de vidrio, lo que significa que podés mirar directamente hacia abajo y ver la ciudad extendiéndose bajo tus pies.
Lo fascinante de Pudong es cómo representa la velocidad del desarrollo chino. En tres décadas, transformaron campos de arroz en un centro financiero global. Es el equivalente urbano de pasar de la máquina de escribir al iPhone en una sola generación. Caminás por Pudong y entendés por qué el mundo habla del «siglo asiático».
Un detalle que muchos turistas pasan por alto: Pudong es especialmente mágica de noche. Los rascacielos se iluminan con shows de luces que son genuinamente espectaculares. No es solo iluminación funcional; es arte digital a escala gigantesca. Cada edificio tiene su propio espectáculo de LEDs, creando un horizonte que parece salido de una película de cyberpunk.
Después de tanta modernidad y altura vertiginosa, necesitás un respiro, y ahí es donde entra el Jardín Yuyuan, uno de los jardines clásicos chinos más hermosos y mejor preservados del país. Construido en 1559 durante la dinastía Ming, este jardín es un oasis de tranquilidad tradicional china en medio de una metrópolis hipermoderna.
Lo primero que te impacta del Yuyuan es cómo logra crear un universo completo en apenas dos hectáreas. Hay lagos con peces koi, puentes zigzagueantes (diseñados así porque se creía que los espíritus malignos solo pueden caminar en línea recta), pabellones con techos curvos característicos de la arquitectura Ming, rocas decorativas traídas del lago Taihu, y jardines meticulosamente cuidados donde cada planta tiene un significado simbólico.

El diseño del Jardín Yuyuan sigue los principios de la filosofía china del paisajismo, donde el objetivo no es dominar la naturaleza sino crear armonía con ella. Cada vista está cuidadosamente compuesta como si fuera una pintura tradicional china. Los arquitectos Ming que diseñaron esto entendían algo que muchos urbanistas modernos olvidan: que los espacios de contemplación son tan importantes como los espacios de acción.
Justo al lado del jardín está el Bazar Yuyuan, un mercado tradicional que parece sacado de un cuento de hadas chino. Edificios con techos curvos rojos y dorados albergan tiendas que venden de todo: desde té de calidad excepcional hasta souvenirs kitsch para turistas. Es turístico, sí, pero también es auténtico en su propia forma caótica y colorida.
Aquí tenés que probar los xiaolongbao en Nanxiang Steamed Bun Restaurant, que está justo en el bazar. Estos dumplings rellenos de carne y caldo caliente son una especialidad de Shanghai, y esta tienda lleva haciéndlos desde 1900. La cola es larga, pero vale cada minuto de espera. El truco para comerlos sin quemarte es morderlos ligeramente, sorber el caldo primero, y después comerte el resto.
El contraste entre el Jardín Yuyuan y los rascacielos que lo rodean es casi surrealista. Estás sentado en un pabellón de 500 años de antigüedad, mirando un lago donde nadan peces koi, y justo detrás podés ver la Shanghai Tower atravesando las nubes. Es Shanghai en una sola imagen: tradición y modernidad no peleándose por espacio, sino conviviendo en armonía.
Si hay un barrio en Shanghai que captura perfectamente el espíritu cosmopolita e histórico de la ciudad, ese es la antigua Concesión Francesa. Entre 1849 y 1946, esta parte de Shanghai estuvo bajo administración francesa, y el legado arquitectónico y cultural de esa época sigue vivo en cada calle arbolada y cada edificio art déco.
Caminar por la Concesión Francesa es como entrar en una máquina del tiempo que te lleva a un París de los años 30 trasplantado a Asia. Las calles están bordeadas de plátanos (sicómoros) que forman túneles verdes, las casas tienen ese estilo europeo de principios del siglo XX, y hay cafés donde podés tomar un espresso mientras leés el periódico, exactamente como harías en el Barrio Latino de París.
Pero acá está lo interesante: la Concesión Francesa no es una réplica europea. Es un híbrido único donde la arquitectura francesa se mezcló con la vida cotidiana china, creando algo completamente nuevo. Las casas tradicionales chinas llamadas «shikumen» (casas con portón de piedra) fueron adaptadas con toques art déco. Los cafés franceses sirven dim sum. Es sincretismo cultural en su forma más orgánica.
Xintiandi es probablemente el área más famosa de la antigua Concesión Francesa. Estas antiguas casas shikumen fueron restauradas y convertidas en un distrito de entretenimiento de lujo, con tiendas de diseñadores, restaurantes sofisticados, y bares con terrazas donde la juventud china adinerada se encuentra para tomar cócteles caros. Es gentrificación, sí, pero hecha con tanto estilo que resulta difícil quejarse.
Tianzifang es la versión más auténtica y menos pulida de Xintiandi. Este es un laberinto de callejones estrechos (longtang) donde las casas tradicionales se han convertido en estudios de artistas, boutiques independientes, cafés escondidos, y talleres de artesanos. Acá todavía viven familias locales, lo que significa que mientras vos estás tomando un café de especialidad en una galería de arte, al lado hay una abuela colgando ropa en su balcón.
El mejor momento para explorar la Concesión Francesa es temprano por la mañana, cuando los parques se llenan de locales haciendo tai chi. Ver a docenas de personas moviéndose en sincronía perfecta, con movimientos lentos y precisos, bajo los árboles centenarios de un parque que fue diseñado por urbanistas franceses pero está lleno de usuarios chinos, es ver Shanghai en su esencia más pura.
Si querés entender el lado capitalista y consumista de la China moderna, tenés que caminar por Nanjing Road, la calle comercial más famosa de Shanghai y una de las más transitadas del mundo. Esta avenida de seis kilómetros conecta el Bund con la Plaza del Pueblo, y es básicamente el paraíso de las compras llevado a escala asiática.
La East Nanjing Road es la sección más emblemática, una calle peatonal de un kilómetro donde el comercio es rey absoluto. Acá encontrás desde tiendas tradicionales chinas que llevan generaciones vendiendo té y seda, hasta megatiendas de marcas internacionales con pantallas LED que cubren edificios enteros. Es Times Square multiplicado por diez y con sabor a dumplings.
Lo que hace especial a Nanjing Road no son solo las tiendas (aunque son impresionantes), sino la energía pura de la calle. Hay música sonando desde cada tienda, promotores ofreciendo muestras gratis, turistas chinos y extranjeros mezclándose, vendedores ambulantes, artistas callejeros, y un flujo constante de humanidad que nunca parece detenerse. Es el capitalismo chino en su máxima expresión: vibrante, caótico, y absolutamente fascinante.
Los centros comerciales de Nanjing Road son experiencias en sí mismos. No son solo lugares donde comprás cosas; son destinos de entretenimiento completos. Tienen fuentes danzantes, jardines interiores, restaurantes que ocupan pisos enteros, y diseños arquitectónicos que parecen pensados para Instagram. El Shanghai No. 1 Department Store, que data de 1936, es un testimonio de cómo el comercio ha sido parte integral de Shanghai durante generaciones.
Hasta acá llegamos con la primera parte de nuestro recorrido por Shanghai y sus contrastes fascinantes. Como viste, esta ciudad es mucho más que rascacielos y modernidad: es un tejido complejo donde cada calle cuenta una historia diferente, donde lo antiguo y lo nuevo no compiten sino que se complementan.
Cubrimos los íconos imperdibles: The Bund con su arquitectura colonial, Pudong con su ambición futurista, el Jardín Yuyuan con su serenidad milenaria, la Concesión Francesa con su elegancia híbrida, y Nanjing Road con su energía comercial inagotable. Pero Shanghai tiene mucho más para ofrecer.
En la segunda parte vamos a profundizar en experiencias más íntimas y prácticas: la gastronomía que va más allá de los xiaolongbao, los templos donde la espiritualidad china sigue viva, el sistema de transporte más avanzado de Asia, la vida nocturna que combina tradición y modernidad, y todos esos detalles prácticos que transforman un viaje bueno en una experiencia inolvidable.
Hablemos de comida, porque la gastronomía de Shanghai es un universo completo que merece su propio artículo, pero voy a intentar condensar lo esencial para que no te pierdas nada importante. Shanghai tiene una de las tradiciones culinarias más sofisticadas de China, con platos que combinan dulce y salado de formas que te van a sorprender.
Los xiaolongbao ya los mencionamos, pero hay que profundizar porque son el símbolo gastronómico de Shanghai. Estos dumplings rellenos de carne y caldo caliente requieren una técnica de preparación que toma años dominar. El caldo se solidifica en gelatina fría, se mezcla con la carne, se envuelve en masa finísima, y durante la cocción al vapor, la gelatina se derrite creando ese caldo líquido dentro. Es ingeniería culinaria en su máxima expresión.
Pero Shanghai es mucho más que xiaolongbao. Está el shengjianbao, que son dumplings fritos en la base pero al vapor en la parte superior, creando una textura dual perfecta. Está el hongshaorou (cerdo en salsa roja), un guiso de cerdo cocinado lentamente en salsa de soja, azúcar, vino de arroz y especias hasta que la carne literalmente se deshace en tu boca.
El hairy crab (cangrejo peludo) es otra especialidad de Shanghai, especialmente en otoño. Estos cangrejos de río tienen una carne dulce y delicada, y las huevas son consideradas una delicadeza. Los locales los comen con vinagre de jengibre para equilibrar el sabor rico del cangrejo. Es caro, es trabajoso de comer, y vale absolutamente la pena.
La cocina callejera de Shanghai es donde realmente podés conectar con el alma culinaria de la ciudad. En los mercados nocturnos encontrás de todo: brochetas de carne de cordero especiadas, crepes chinos rellenos, tofu apestoso (que huele terrible pero sabe increíble), y frutas caramelizadas en palito. Es barato, es auténtico, y es la forma en que millones de shanghaienses comen todos los días.
Los restaurantes históricos de Shanghai son instituciones culturales. Lugares como el Fu 1088 o el Old Jesse, ubicados en antiguas mansiones de la Concesión Francesa, ofrecen cocina shanghainesa refinada en ambientes que te transportan a los años 30. No es barato, pero la experiencia de cenar en una mansión art déco mientras comés platos tradicionales preparados con técnicas modernas es algo que recordarás por años.
Un secreto que pocos turistas conocen: los hotpot de Shanghai son diferentes a los de otras regiones de China. Acá el caldo tiende a ser más suave, menos picante, con énfasis en los sabores umami del marisco y las hierbas. Es comida comunal en su mejor forma: te sentás alrededor de una olla hirviendo con amigos, cocinás tu propia carne y vegetales, y pasás horas charlando mientras comés.
En medio de toda la modernidad vertiginosa de Shanghai, los templos tradicionales siguen siendo refugios de espiritualidad donde podés ver prácticas budistas y taoístas que se han mantenido sin cambios durante siglos. Es un recordatorio de que por más futurista que sea Shanghai, sigue siendo profundamente china en su núcleo espiritual.
El Templo del Buda de Jade (Jade Buddha Temple) es probablemente el templo budista más famoso de Shanghai. Construido entre 1918 y 1928, alberga dos estatuas de Buda hechas completamente de jade blanco traídas desde Myanmar. La estatua del Buda sentado pesa casi una tonelada y está adornada con joyas preciosas. Ver monjes budistas rezando frente a esta estatua, con el humo del incienso llenando el aire, mientras afuera la ciudad moderna bulle de actividad, es experimentar ese contraste Shanghai en su forma más espiritual.

Lo fascinante del Templo del Buda de Jade es que es un monasterio activo. No es un museo; es un lugar de práctica religiosa real. Podés ver monjes jóvenes estudiando sutras budistas, devotos locales haciendo ofrendas de frutas y incienso, y ceremonias religiosas que se han realizado de la misma manera durante generaciones. Es un pedazo de la China espiritual que sobrevivió a la modernización y la Revolución Cultural.
El Templo del Dios de la Ciudad (City God Temple) está justo al lado del Jardín Yuyuan y es un centro de práctica taoísta. Dedicado a los dioses protectores de Shanghai, este templo es donde los locales van a pedir buena fortuna, salud, y éxito en los negocios. Durante las festividades tradicionales chinas, especialmente el Año Nuevo Chino, el templo se llena hasta explotar de devotos quemando incienso y haciendo ofrendas.
Lo que nos encanta de estos templos es cómo la religión en Shanghai es práctica, no teórica. La gente no va solo a contemplar; van a pedir cosas específicas, a agradecer por bendiciones recibidas, a consultar con adivinos sobre decisiones importantes. Es espiritualidad integrada en la vida cotidiana, no separada en una categoría especial de «domingos religiosos».
El Templo Jing’an es otro lugar impresionante, especialmente porque está literalmente rodeado de rascacielos y centros comerciales de lujo. Este templo budista tiene más de 800 años de historia y fue completamente reconstruido en su estilo original después de ser destruido durante las turbulencias del siglo XX. La yuxtaposición visual de monjes budistas meditando mientras detrás suyo hay anuncios de Louis Vuitton es netamente Shanghai.
Si hay algo que Shanghai hace excepcionalmente bien es el transporte público. Este no es como el subte de Buenos Aires o el metro de Ciudad de México donde te preguntás si vas a llegar a salvo. El metro de Shanghai es limpio, eficiente, moderno, y tiene una cobertura tan extensa que prácticamente podés llegar a cualquier punto de la ciudad sin necesidad de taxi.
El metro de Shanghai tiene 20 líneas que cubren casi 800 kilómetros, convirtiéndolo en uno de los sistemas de metro más grandes del mundo. Las estaciones son modernas, con aire acondicionado, pantallas digitales en múltiples idiomas, y señalización clara. Si podés usar el metro de Shanghai, podés usar cualquier metro del mundo.
Lo mejor es que es increíblemente barato. Un viaje típico cuesta entre 3 y 10 yuanes (aproximadamente 0.40 a 1.40 dólares), dependiendo de la distancia. Comparado con el costo de vida general de Shanghai, es casi gratis. Podés moverte por toda la ciudad durante una semana y gastar menos que lo que gastarías en un taxi del aeropuerto al centro en la mayoría de las ciudades occidentales.
La Shanghai Transportation Card es tu mejor inversión. Es una tarjeta recargable que funciona no solo en el metro, sino también en autobuses, taxis, y hasta en algunas tiendas de conveniencia. La comprás en cualquier estación de metro por un depósito reembolsable, la cargás con crédito, y simplemente la pasás por los lectores cuando entrás y salís del transporte. Es como tener la tarjeta SUBE, pero que realmente funciona bien.
Los taxis en Shanghai son otra historia fascinante. Son relativamente baratos, están regulados por el gobierno, y los conductores generalmente son honestos con el taxímetro. El único problema es que muy pocos hablan inglés, así que es esencial tener tu destino escrito en caracteres chinos en tu teléfono. Apps como Didi (el Uber chino) funcionan perfectamente y son más convenientes porque podés ver el precio exacto antes de confirmar el viaje.
Una experiencia que todo visitante debería tener es viajar en el Maglev, el tren de levitación magnética que conecta el aeropuerto de Pudong con la ciudad. Este tren alcanza velocidades de 430 km/h, haciendo el recorrido de 30 kilómetros en solo 8 minutos. No es la forma más económica de llegar a la ciudad, pero es una demostración tecnológica impresionante de lo que China puede hacer cuando se lo propone.
Cuando el sol se pone, Shanghai se transforma en una ciudad completamente diferente. Los rascacielos se iluminan con shows de LEDs, los bares en azoteas se llenan de locales y expatriados, y los mercados nocturnos cobran vida con olores, sonidos y sabores que definen la experiencia nocturna de Shanghai.
Los rooftop bars de Shanghai son legendarios. El Bar Rouge en el Bund ofrece vistas panorámicas de Pudong mientras tomás cócteles caros pero bien preparados. El Flair en el piso 58 del Ritz-Carlton te hace sentir que estás flotando sobre la ciudad. No es barato (un cóctel puede costar 80-150 yuanes, unos 11-21 dólares), pero la experiencia de estar en uno de los horizontes urbanos más impresionantes del mundo mientras tomás algo elegante es difícil de superar.
Pero la vida nocturna de Shanghai no es solo para gente con presupuestos ilimitados. Los mercados nocturnos como el de Wujiang Road o el área alrededor de Jing’an Temple ofrecen una experiencia completamente diferente y mucho más accesible. Acá podés comer delicioso, probar comida callejera auténtica, y mezclarte con locales que están haciendo exactamente lo mismo que vos: disfrutando de la noche.
La escena de música en vivo en Shanghai es sorprendentemente vibrante. Hay bares de jazz que continúan la tradición de los años 30 cuando Shanghai era el centro del jazz en Asia. El JZ Club o el House of Blues & Jazz presentan músicos locales e internacionales tocando en espacios íntimos. Es una forma de conectar con el Shanghai histórico mientras disfrutás de buena música.
Los clubes nocturnos de Shanghai van desde lugares underground con DJs experimentales hasta megaclubes que parecen sacados de Ibiza. El M1NT en el piso 24 del hotel Indigo tiene una piscina infinita en la azotea (sí, leíste bien: una piscina en un club nocturno). El Elevator es un club más accesible pero igualmente divertido donde la escena de música electrónica local se encuentra.
Una experiencia nocturna única de Shanghai es simplemente caminar por Nanjing Road después de las 10 PM. La mayoría de las tiendas siguen abiertas, las luces LED de los edificios están en pleno show, y hay una energía en el aire que es difícil de describir. Es como si la ciudad se negara a dormir porque hay demasiadas cosas por hacer.

Ahora viene la parte menos glamorosa pero absolutamente esencial: los detalles prácticos que pueden hacer o romper tu experiencia en Shanghai. Y acá es donde muchos viajeros cometen errores que podrían evitarse fácilmente si contaran con la información correcta.
Lo primero y más importante: necesitás una VPN. China bloquea la mayoría de los servicios occidentales de internet: Google, Facebook, Instagram, WhatsApp, y básicamente todo lo que usás diariamente. Sin una VPN, vas a estar digitalmente aislado. Apps como ExpressVPN o NordVPN funcionan bien, pero tenés que instalarlas ANTES de llegar a China porque no podés descargarlas una vez que estás ahí.
El idioma es un desafío real. Muy poca gente en Shanghai habla inglés fluido, incluso en hoteles y restaurantes turísticos. Descargá una app de traducción como Google Translate (que tiene modo offline), y asegurate de tener siempre la dirección de tu hotel escrita en caracteres chinos. No es como Europa donde podés arreglarte con inglés básico; acá realmente necesitás herramientas de traducción.
El pago digital es el rey en Shanghai. WeChat Pay y Alipay son las formas dominantes de pago, y muchos lugares pequeños ni siquiera aceptan efectivo. El problema es que como extranjero es complicado configurar estas apps. Nuestra recomendación: llevá efectivo en yuanes y tarjetas de crédito internacionales. Los lugares turísticos y hoteles aceptan tarjetas, pero siempre tené algo de efectivo para mercados y puestos callejeros.
El clima de Shanghai es algo que no podés ignorar. Los veranos (junio a septiembre) son brutalmente calurosos y húmedos, con temperaturas que superan los 35 grados y humedad que te hace sentir como si estuvieras caminando por un sauna. Los inviernos (diciembre a febrero) son fríos pero no extremos, con temperaturas alrededor de 5-10 grados. La mejor época es primavera (marzo a mayo) y otoño (octubre a noviembre), cuando el clima es agradable y las multitudes son más manejables.
Llegamos al final de este recorrido exhaustivo por Shanghai, la ciudad que redefine lo que significa ser moderna sin olvidar sus raíces. Después de todo lo que hemos cubierto, quiero que entiendas algo fundamental: Shanghai no es solo un destino turístico más en tu lista; es una experiencia transformadora que te va a cambiar la perspectiva sobre lo que una ciudad puede ser.
Esta es una metrópolis que logró algo extraordinario: honrar cinco mil años de civilización china mientras construye el futuro. Podés estar parado en un templo budista de 800 años, salir a la calle, y en cinco minutos estar en el segundo edificio más alto del mundo. Podés desayunar xiaolongbao preparados con la misma receta de hace un siglo, y cenar en un restaurante molecular que parece sacado del año 2100.
Shanghai te enseña que el progreso no requiere amnesia cultural. Que podés modernizarte a una velocidad vertiginosa sin borrar tu historia. Que la tradición y la innovación no son enemigas sino aliadas. Es una lección que muchas ciudades del mundo deberían aprender.
Si tenés la oportunidad de visitar Shanghai, no la desperdicies haciendo solo la ruta turística típica. Perdete en los longtang de la Concesión Francesa. Comé en restaurantes donde solo hay menú en chino y ningún turista a la vista. Tomá el metro a horario pico y observá cómo millones de personas se mueven con eficiencia casi coreográfica. Sentate en un parque al amanecer y mirá cómo los ancianos hacen tai chi. Esas experiencias te van a decir más sobre Shanghai que cualquier guía turística.
Shanghai no es perfecta. Es caótica, a veces abrumadora, definitivamente agotadora. Pero es real, es vibrante, es el testimonio viviente de lo que pasa cuando una civilización antigua decide que no va a ser arrollada por el futuro, sino que va a ser quien lo construya.
¿Cuál es la mejor época del año para visitar Shanghai?
La primavera (marzo a mayo) y el otoño (octubre a noviembre) son ideales. El clima es agradable con temperaturas de 15-25 grados, hay menos lluvia que en verano, y las multitudes son manejables. Evitá el verano por el calor extremo y la humedad, y considerá que la Semana Dorada china (primera semana de octubre) significa multitudes masivas.
¿Necesito hablar chino para viajar a Shanghai?
No es indispensable pero ayuda mucho. Shanghai es relativamente amigable con turistas comparada con otras ciudades chinas, pero el inglés no está muy extendido. Descargá apps de traducción antes de ir, tené direcciones escritas en caracteres chinos, y considerá contratar un tour guiado.
¿Es seguro viajar a Shanghai?
Sí, Shanghai es una de las ciudades más seguras del mundo, las mujeres pueden caminar solas de noche sin problemas en las áreas turísticas. Como en cualquier gran ciudad, usá sentido común: no dejes pertenencias desatendidas, evitá callejones muy oscuros de noche, y mantené tu pasaporte en el hotel en lugar de llevarlo contigo.