¿Te imaginás un lugar donde podés desayunar frente a un glaciar, almorzar en una playa de arena negra volcánica y cenar viendo las luces de la aurora austral bailando en el cielo? Nueva Zelanda no es solo un destino turístico; es literalmente dos islas que concentran la diversidad natural más impresionante del planeta en apenas 268.000 kilómetros cuadrados.
La sensación de arribar a Nueva Zelanda es indescriptible: el aire tiene una pureza que no existe en otro lugar y esa energía especial es la que solo encontrás en lugares donde la naturaleza todavía manda. Los kiwis (así se llaman los habitantes, no solo el ave) tienen una expresión: «God’s own country» – el país de Dios.
Las estadísticas no mienten: Nueva Zelanda recibe más de 3.8 millones de visitantes anuales, pero lo que no te dicen los números es cómo este país logra que cada viajero se sienta como si fuera el primero en descubrir sus secretos. Con solo 5 millones de habitantes distribuidos en un territorio del tamaño de Italia, Nueva Zelanda ofrece esa sensación única de vastedad y libertad que hoy es casi imposible encontrar en el mundo.
En esta primera parte, te vamos a llevar por los imperdibles de la Isla Norte: desde la cosmopolita Auckland hasta la bohemia Wellington, pasando por los tesoros culturales maoríes y esas playas que parecen diseñadas por un artista con demasiada imaginación. ¿Estás listo para acompañar a Travel wise en esta aventura?
Auckland no es solo la ciudad más grande de Nueva Zelanda; es tu primer contacto con esa mezcla perfecta entre modernidad y naturaleza que define todo el país. Con 1.7 millones de habitantes, concentra el 35% de la población nacional, pero su verdadero encanto está en cómo logra ser una metrópoli sin perder la conexión con el entorno natural.
La Sky Tower, con sus 328 metros de altura, se ha convertido en el ícono inevitable de Auckland, pero te voy a contar un secreto: la mejor vista de la ciudad no está ahí arriba. Subí al Mount Eden, un volcán inactivo a solo 15 minutos del centro, y vas a tener una panorámica de 360 grados que incluye los dos puertos (Waitemata y Manukau), las islas del Golfo de Hauraki, y en días despejados, hasta podés ver las montañas de la Península de Coromandel.
El puerto de Auckland es donde la ciudad muestra su personalidad más auténtica. El Viaduct Harbour se transformó de una zona industrial abandonada en el epicentro gastronómico y de entretenimiento. Caminar por los muelles al atardecer, viendo cómo las luces se reflejan en el agua mientras los veleros regresan de sus travesías, es una experiencia que conecta directamente con esa vida relajada que caracteriza a los neozelandeses.
Si querés entender la cultura marítima de Auckland, no te podés perder el New Zealand Maritime Museum. Acá vas a descubrir cómo los polinesios navegaron miles de kilómetros en el Pacífico usando solo las estrellas como guía, una hazaña que todavía hoy nos resulta increíble. La historia de la America’s Cup también tiene su lugar especial aquí, recordando cuando Auckland fue sede de la competencia de vela más prestigiosa del mundo.
Los mercados de Auckland son ventanas directas a la diversidad cultural del país. El Otara Market los sábados es una explosión de cultura polinesia: comida samoana, arte fiyiano, música tongana. Mientras que el La Cigale French Market en Parnell te transporta a un pueblito francés, con quesos artesanales, vinos locales y esa atmósfera europea que tanto extrañamos los argentinos cuando viajamos.
Si Auckland es la puerta de entrada, Wellington es el corazón cultural de Nueva Zelanda. Con apenas 215.000 habitantes, esta ciudad compacta concentra más personalidad por metro cuadrado que muchas capitales mundiales. Ubicada en el extremo sur de la Isla Norte, Wellington es famosa por sus vientos, sus colinas empinadas y esa energía creativa que la convirtió en el centro de la industria cinematográfica neozelandesa.
El cable car de Wellington no es solo un medio de transporte; es una experiencia en sí misma. Este funicular rojo, funcionando desde 1902, te lleva desde el centro de la ciudad hasta los Botanic Gardens en un viaje de cinco minutos que parece un túnel del tiempo. Desde arriba, la vista del puerto de Wellington es espectacular, especialmente cuando los ferries cruzan el Estrecho de Cook hacia la Isla Sur.
Cuba Street es el alma bohemia de Wellington. Esta calle peatonal es una mezcla perfecta de cafeterías hipster, tiendas de diseño local, arte callejero y esa vibra alternativa que hace que caminar por ahí sea como recorrer un barrio de Brooklyn, pero con la calidez neozelandesa. El famoso Bucket Fountain (la fuente de baldes) se ha convertido en un símbolo no oficial de la ciudad, y sí, es exactamente lo que suena: una fuente con baldes que se llenan y vuelcan agua de manera impredecible.
La escena gastronómica de Wellington es sorprendente para una ciudad de su tamaño. Con más de 300 cafeterías per cápita (el ratio más alto del mundo), acá nació la cultura del flat white que después conquistó el mundo. Pero no es solo café: Wellington es la capital culinaria neozelandesa, con restaurantes que combinan técnicas europeas con ingredientes locales y influencias asiáticas.
Los Weta Workshops, creadores de los efectos especiales de las películas de El Señor de los Anillos y El Hobbit, tienen su sede en Wellington. Hacer el tour por sus instalaciones es ver cómo nacen mundos fantásticos. Es impresionante cómo esta ciudad se convirtió en el Hollywood del Pacífico Sur, atrayendo producciones internacionales que buscan esos paisajes únicos que solo Nueva Zelanda puede ofrecer.
El Museum of New Zealand Te Papa Tongarewa es mucho más que un museo tradicional. Es una inmersión completa en la historia natural y cultural del país. La sección dedicada a los terremotos te permite experimentar cómo se siente un sismo de magnitud 6 (Nueva Zelanda está en el Cinturón de Fuego del Pacífico), mientras que las exhibiciones sobre la cultura maorí son la introducción perfecta para entender la riqueza de la población originaria.
Ningún viaje a Nueva Zelanda está completo sin sumergirse en la cultura maorí, la civilización polinesia que llegó a estas islas hace más de mil años y que sigue siendo una parte viva y vibrante del país. Los maoríes llaman a Nueva Zelanda Aotearoa, que significa «la tierra de la larga nube blanca», un nombre poético que describe perfectamente esas formaciones nubosas que siempre abrazan las montañas neozelandesas.
Rotorua, a tres horas de Auckland, es el epicentro de la experiencia cultural maorí. Esta ciudad, construida sobre un campo geotérmico activo, combina la cultura ancestral con uno de los fenómenos naturales más fascinantes del planeta. El olor a azufre es intenso al principio, pero te acostumbrás rápido, y la experiencia vale cada segundo de incomodidad inicial.
En Te Puia, el instituto cultural maorí más importante del país, vas a presenciar el haka auténtico, no la versión comercializada que conocemos del rugby. El haka es mucho más que una danza de guerra; es una expresión espiritual que conecta a los maoríes con sus ancestros y con la tierra. Ver cómo los guerreros maoríes ejecutan estos movimientos, con sus lenguas afuera y sus ojos desorbitados, mientras gritan cánticos ancestrales, es una experiencia que te eriza la piel.
La gastronomía maorí tiene su máxima expresión en el hangi, un método de cocción tradicional que utiliza el calor geotérmico natural. Las carnes y vegetales se envuelven en hojas y se entierran en pozos con piedras calientes durante horas. El resultado es una textura y sabor únicos, como si la tierra misma hubiera cocinado tu comida. En Rotorua, varios restaurantes ofrecen esta experiencia, pero te recomiendo hacerlo en un marae (casa de reunión maorí) para vivir la experiencia completa.
Los geisers de Rotorua son un espectáculo natural que parece de otro planeta. El Parque Geotérmico Te Whakarewarewa es donde podés ver el Pohutu Geyser, que erupciona hasta 30 metros de altura varias veces al día. Caminar entre las piscinas de barro hirviente, los manantiales de agua caliente de colores increíbles (desde el turquesa hasta el naranja oxidado) y escuchar los sonidos subterráneos de la tierra viva es una experiencia que no se olvida nunca.
El arte maorí contemporáneo está viviendo un renacimiento extraordinario. En galerías de Auckland y Wellington, vas a encontrar artistas que combinan técnicas ancestrales con expresiones modernas. Los ta moko (tatuajes tradicionales maoríes) han evolucionado desde marcas de identidad tribal hasta expresiones artísticas contemporáneas que respetan los códigos ancestrales pero incorporan elementos modernos.
Nueva Zelanda tiene más de 15.000 kilómetros de costa, y cada playa cuenta una historia diferente. En la Isla Norte, las playas van desde extensos arenales dorados hasta calas secretas de arena negra volcánica que parecen sacadas de una película de ciencia ficción.
Piha Beach, a 45 minutos de Auckland, es la playa más icónica de la Isla Norte. Su arena negra volcánica contrasta con el verde intenso de los bosques que la rodean y el azul profundo del Mar de Tasmania. El Lion Rock, una formación rocosa de 101 metros que domina la playa, se ha convertido en el símbolo de Piha. Subir hasta su cima (es una caminata corta pero empinada) te da una perspectiva única de la costa oeste neozelandesa, famosa por sus olas poderosas y sus puestas de sol espectaculares.
Las corrientes en Piha son traicioneras, pero para los surfistas experimentados es un paraíso. Las olas aquí pueden alcanzar los 4 metros, y el ambiente bohemio de la comunidad local (muchos artistas y músicos viven en las colinas cercanas) le da un toque especial a esta playa. Si no sos surfista, igual vale la pena venir por el paisaje y por esa sensación de estar en el fin del mundo.
La Peninsula de Coromandel alberga algunas de las playas más hermosas del país. Cathedral Cove, famosa por aparecer en las películas de Las Crónicas de Narnia, es accesible solo a pie o en kayak. La caminata de 45 minutos desde el parking es una introducción perfecta a la belleza natural de la zona: bosques nativos, vistas panorámicas del Pacífico y esa tranquilidad que solo encontrás lejos de las multitudes.
La formación rocosa que le da nombre a Cathedral Cove es una catedral natural esculpida por miles de años de erosión marina. Pasar por debajo de este arco gigante y llegar a la playa secreta del otro lado es como descubrir un tesoro. La arena blanca, el agua cristalina y las formaciones rocosas crean un paisaje que parece diseñado específicamente para Instagram, pero que en realidad es pura naturaleza neozelandesa.
Hot Water Beach, también en Coromandel, ofrece una experiencia única en el mundo: podés cavar tu propia piscina termal en la arena. Durante las dos horas antes y después de la marea baja, el agua geotérmica brota a través de la arena, creando pozas naturales de agua caliente. Ver a familias enteras cavando sus propias «jacuzzis» en la playa mientras las olas rompen a pocos metros es una imagen que resume perfectamente el espíritu relajado de Nueva Zelanda.
Esta primera parte apenas toca la superficie de lo que Nueva Zelanda tiene para ofrecer. Hemos explorado las ciudades principales de la Isla Norte, nos hemos sumergido en la rica cultura maorí y descubierto algunas de las playas más impresionantes del país. Pero esto es solo el comienzo de una aventura que continuará llevándonos por los paisajes más espectaculares del planeta.
En la segunda parte, junto a Travel Wise vamos a adentrarnos en los secretos menos conocidos de la Isla Norte, explorar los parques nacionales que inspiraron las locaciones de El Señor de los Anillos, descubrir pueblos escondidos donde el tiempo parece haberse detenido, y sumergirnos en esas experiencias únicas que solo Nueva Zelanda puede ofrecer. También te vamos a contar todo lo que necesitás saber para planificar tu viaje: desde el mejor momento para visitar hasta consejos prácticos para moverte por el país como un local.
Ahora que ya recorrimos las ciudades principales y nos empapamos de la cultura maorí, es hora de adentrarnos en esos rincones de Nueva Zelanda que te van a hacer entender por qué este país se convirtió en sinónimo de aventura y naturaleza prístina. En esta segunda parte, vamos a explorar los paisajes que sirvieron de inspiración para El Señor de los Anillos, descubriremos pueblos que parecen sacados de un cuento de hadas, y te vamos a dar toda la información práctica que necesitás para que tu viaje sea perfecto.
Cuando Peter Jackson eligió Nueva Zelanda como escenario para las películas de El Señor de los Anillos y El Hobbit, no solo estaba buscando paisajes bonitos. Estaba buscando esa magia visual que solo este país puede ofrecer: montañas que emergen directamente del mar, bosques que parecen encantados, y esa luz especial que hace que cada fotografía se vea como una postal.
Matamata, un pequeño pueblo agrícola a dos horas de Auckland, se transformó para siempre cuando Jackson construyó ahí Hobbiton. Lo que comenzó como un set de filmación temporal se convirtió en una de las atracciones turísticas más populares de Nueva Zelanda. Caminar por los senderos de la Comarca, ver las casas hobbit con sus puertas redondas perfectamente mantenidas, y tomar una cerveza en The Green Dragon Inn es como entrar literalmente en la pantalla.
Pero acá viene lo interesante: Hobbiton no es solo un parque temático. Los paisajes circundantes de Matamata son tan hermosos como los que se ven en las películas. Las colinas ondulantes, los campos verdes que cambian de color según la estación, y esa sensación de paz rural profunda hacen que entiendas por qué Jackson eligió este lugar para representar la tranquilidad de la Comarca.
Waitomo, a una hora de Matamata, alberga uno de los fenómenos naturales más mágicos del planeta: las cuevas de luciérnagas. Estas no son luciérnagas comunes; son larvas de un insecto endémico de Nueva Zelanda que emite una luz azul-verdosa para atraer a sus presas. Navegar en bote por los ríos subterráneos mientras miles de estas pequeñas luces parpadean en el techo rocoso es como flotar por un cielo estrellado invertido.
La experiencia en Waitomo va más allá del turismo contemplativo. Para los aventureros, existe el black water rafting: descender por ríos subterráneos en neumáticos, haciendo rappel por cascadas internas y navegando por cavernas que nunca ven la luz del sol. Es adrenalina pura en un entorno que parece de otro mundo.
Los bosques nativos de Nueva Zelanda son ecosistemas únicos que evolucionaron aislados durante millones de años. El Parque Nacional Pureora, en el centro de la Isla Norte, protege algunos de los últimos bosques de kauri antiguos. Estos árboles gigantes pueden vivir más de 2.000 años y alcanzar diámetros de hasta 16 metros. Estar parado al lado de un kauri milenario es una experiencia espiritual que te conecta directamente con la historia natural del planeta.
Ya te contamos sobre Cathedral Cove y Hot Water Beach, pero la Península de Coromandel guarda secretos que muy pocos turistas descubren. Esta región, que se extiende como un dedo hacia el norte desde el centro de la Isla Norte, es un tesoro de biodiversidad, historia minera y paisajes que cambian dramáticamente cada pocos kilómetros.
Thames, el pueblo que sirve como puerta de entrada a Coromandel, tiene una historia fascinante. Durante la fiebre del oro de 1860, esta era una de las ciudades más prósperas de Nueva Zelanda, con más de 20.000 habitantes (hoy tiene 7.000). Caminar por sus calles es como viajar en el tiempo: las fachadas victorianas, los pubs históricos y el Thames Goldfields Centre cuentan la historia de cuando los buscadores de oro llegaban de todo el mundo soñando con convertirse en ricos.
La Coromandel Forest Park cubre el 75% de la península y ofrece algunas de las caminatas más rewarding de Nueva Zelanda. El Pinnacles Track es técnicamente desafiante pero no requiere experiencia en montañismo. La caminata de 6 horas (ida y vuelta) te lleva a través de bosques de kauri hasta una formación rocosa desde donde tenés vistas de 360 grados de toda la península. En días claros, podés ver hasta Auckland al oeste y la Bahía de Plenty al este.
Whangamata, en la costa este de Coromandel, es el secreto mejor guardado de los surfistas neozelandeses. Mientras que Piha atrae a las multitudes, Whangamata mantiene esa vibra de pueblo costero auténtico. Las olas aquí son más predecibles, perfectas para surfistas intermedios, y la playa de 4 kilómetros de arena dorada nunca se siente abarrotada, incluso en pleno verano.
El mercado de artesanos de Coromandel Town los sábados es una ventana a la comunidad alternativa que se estableció en la península durante los años 70. Acá vas a encontrar desde ceramistas que usan arcillas locales hasta joyeros que trabajan con paua (abulón neozelandés), una concha que produce nácar con colores iridiscentes únicos. Es arte local de verdad, no souvenirs fabricados en masa.
Taupo es mucho más que un pueblo turístico al borde del lago más grande de Nueva Zelanda. Es el centro de la zona volcánica más activa del país, un lugar donde la energía geotérmica de la Tierra está constantemente visible, creando paisajes que parecen de otro planeta.
El Lago Taupo se formó hace 26.500 años por una erupción volcánica tan masiva que sus cenizas llegaron hasta China. Hoy, este lago de agua cristalina es perfecto para actividades acuáticas, pero su verdadera magia está en las experiencias únicas que ofrece sus alrededores. Las Mine Bay Maori Rock Carvings solo son accesibles por agua, ya sea en kayak, barco o nadando. Estas tallas en roca de 10 metros de altura, creadas en los años 70, representan al navegante maorí Ngatoroirangi y son una fusión perfecta entre arte contemporáneo y tradición ancestral.
Los Huka Falls están a solo 8 kilómetros de Taupo, pero el contraste es dramático. El río Waikato, normalmente tranquilo y ancho, se comprime súbitamente en un canal de solo 15 metros de ancho, creando una cascada de agua turquesa que cae con una fuerza increíble. El color del agua es tan intenso que parece artificial, pero es completamente natural, resultado de la velocidad del agua y los minerales suspendidos.
La actividad geotérmica en Taupo no se limita a atracciones turísticas. Toda la zona está salpicada de hot springs naturales donde podés relajarte después de un día de aventuras. Wairakei Terraces combina piscinas termales artificiales con formaciones naturales de sílice, creando un spa al aire libre con vistas al lago. Pero si preferís algo más salvaje, las Kerosene Creek son piscinas naturales escondidas en el bosque, donde el agua caliente geotérmica se mezcla con un arroyo frío, creando temperaturas perfectas para un baño reparador.
Para los aventureros, Taupo es la capital mundial del bungy jumping. La Taupo Bungy se lanza desde una plataforma sobre el río Waikato, pero con un twist: podés elegir si querés tocar el agua o no. Es adrenalina pura con uno de los paisajes más hermosos de fondo.
Una de las experiencias más auténticas de Nueva Zelanda es perderse en sus pueblos pequeños, esos lugares donde todo el mundo se conoce, donde el ritmo de vida sigue las estaciones naturales, y donde los locales te van a tratar como si fueras de la familia desde el primer día.
Raglan, en la costa oeste, es el pueblo hippie por excelencia de Nueva Zelanda. Con una población de apenas 3.000 habitantes, este lugar atrajo a surfistas, artistas y buscadores de un estilo de vida alternativo desde los años 60. Las playas de arena negra de Raglan producen algunas de las olas izquierdas más largas del mundo, atrayendo surfistas de clase mundial, pero el pueblo mantiene esa vibra relajada y anticomercial.
El Raglan Arts Weekend, que se celebra cada febrero, transforma este pueblo costero en una galería al aire libre. Casas particulares abren sus puertas para mostrar arte local, músicos tocan en las esquinas, y toda la comunidad participa en esta celebración de la creatividad. Es turismo cultural de verdad, donde sos parte de la experiencia, no solo un observador.
Akaroa, aunque técnicamente está en la Isla Sur, merece una mención porque representa perfectamente el espíritu de estos pueblos únicos. Fundado por colonos franceses en 1840, Akaroa mantiene esa influencia europea en su arquitectura, gastronomía y hasta en los nombres de sus calles. Es como encontrar un pedacito de Francia en el Pacífico Sur.
Greytown, en la región de Wairarapa, es el pueblo más lindo de Nueva Zelanda según muchos locales. Sus edificios victorianos perfectamente preservados, sus cafeterías boutique y sus tiendas de antigüedades crean una atmósfera que te invita a caminar lento y disfrutar cada detalle. Los viñedos de Wairarapa producen algunos de los mejores Pinot Noir del mundo, y muchas bodegas ofrecen catas con vista a los viñedos y las montañas Tararua de fondo.
Después de recorrer todos estos lugares increíbles, es hora de hablar de lo práctico. Planificar un viaje a Nueva Zelanda desde Argentina requiere cierta logística, pero con la información correcta, todo se vuelve mucho más fácil.
¿Cuándo viajar? La temporada alta en Nueva Zelanda va de diciembre a febrero (su verano), cuando el clima es más cálido y estable. Sin embargo, esto también significa más turistas y precios más altos. Nuestro consejo personal: viajá en temporada intermedia (marzo-abril o septiembre-noviembre). El clima sigue siendo bueno, hay menos multitudes, y los precios son más razonables. Además, el otoño neozelandés (marzo-mayo) es espectacular, con colores que rivalizan con los de Nueva Inglaterra.
Visa y documentación: los argentinos necesitamos visa de turista para ingresar a Nueva Zelanda. El proceso se hace online y toma entre 2-4 semanas. Necesitás pasaporte con al menos 6 meses de vigencia, prueba de fondos económicos (aproximadamente NZ$1,000 por mes de estadía), y boleto de salida del país. La visa de turista te permite quedarte hasta 9 meses.
Moverse por el país: alquilar un auto es casi obligatorio para aprovechar al máximo Nueva Zelanda. Las distancias no son largas (podés recorrer toda la Isla Norte en un día, aunque no lo recomendamos), pero tener la libertad de parar donde quieras es invaluable. Recordá que manejan del lado izquierdo, como en Reino Unido. Si no te animás a manejar, tenemos muchos tours organizados que conectan las principales ciudades y recorren el país en toda su extensión.
Qué llevar: el clima neozelandés es impredecible. Podés tener cuatro estaciones en un día, especialmente en primavera. Llevá ropa en capas: remeras, buzo, campera impermeable y algo abrigado para las noches. Protector solar es esencial (el agujero de ozono sobre Nueva Zelanda hace que el sol sea más intenso). Y no te olvides de un buen calzado para caminar; vas a hacer mucho trekking y senderismo.
Conectividad: el WiFi está disponible en la mayoría de los alojamientos y cafeterías, pero si necesitás estar siempre conectado, comprá una SIM card local. Vodafone, Spark y 2degrees ofrecen planes prepagos para turistas con datos generosos.
Después de recorrer Auckland y Wellington, sumergirte en la cultura maorí, relajarte en playas de arena negra volcánica, caminar por los set de El Señor de los Anillos, y descubrir pueblos donde el tiempo parece detenido, vas a entender que Nueva Zelanda no es solo un destino turístico. Es una experiencia transformadora que te conecta con una forma diferente de ver el mundo.
Los neozelandeses tienen un concepto llamado «she’ll be right» – una expresión que significa «todo va a estar bien» y que resume perfectamente la actitud relajada ante la vida que caracteriza a este país. Después de pasar tiempo acá, esa filosofía se te pega. Empezás a valorar más los paisajes naturales, a moverte con menos prisa, a apreciar las conversaciones genuinas con desconocidos.
Nueva Zelanda te enseña que un país puede ser moderno y desarrollado sin perder su conexión con la naturaleza y las tradiciones ancestrales. Te muestra que es posible vivir en ciudades cosmopolitas que están a 30 minutos de bosques nativos milenarios. Te demuestra que el turismo puede ser sustentable y respetuoso con el medioambiente.
Pero sobre todo, Nueva Zelanda te regala esa sensación de libertad que cada vez es más difícil encontrar en el mundo. La libertad de manejar por rutas vacías con paisajes cambiantes cada kilómetro. La libertad de acampar en playas desiertas donde el único sonido son las olas. La libertad de conversar con locales que tienen tiempo para contarte historias sin prisa.
Si estás leyendo esto, probablemente ya estés planeando tu viaje. Nuestro consejo final: no tengas todo planificado hasta el último detalle. Dejá espacio para la improvisación, para esos descubrimientos casuales que se convierten en los mejores recuerdos. Nueva Zelanda recompensa a los viajeros curiosos, a los que se animan a tomar el desvío hacia ese pueblito que no estaba en el itinerario original.
Aotearoa te está esperando. La tierra de la larga nube blanca está lista para mostrarte por qué es considerada uno de los últimos paraísos del planeta. Solo tenés que animarte a cruzar el mundo para descubrirla.
¿Cuántos días necesito para conocer bien Nueva Zelanda? Para la Isla Norte, necesitás mínimo 10-14 días para ver lo principal sin apuro. Si querés incluir la Isla Sur, planificá al menos 3 semanas. Muchos viajeros subestiman las distancias y terminan corriendo de lugar en lugar sin disfrutar realmente.
¿Es seguro viajar solo por Nueva Zelanda? Nueva Zelanda es uno de los países más seguros del mundo para viajeros solos, especialmente para mujeres. La criminalidad es muy baja, los locales son amigables y serviciales, y la infraestructura turística está muy desarrollada. Solo tenés que usar el sentido común básico.
¿Qué actividades no me puedo perder en la Isla Norte? Las experiencias imperdibles incluyen: visitar Hobbiton en Matamata, explorar las cuevas de Waitomo, conocer la cultura maorí en Rotorua, relajarte en las aguas termales de Taupo, y hacer surf o simplemente disfrutar las playas de Piha y Cathedral Cove.