En México existe un lugar en el que dos veces al año, los muertos abandonan sus tumbas para visitarnos. Este es un momento en el que ambos universos se unen para dar comienzo a una celebración que no se puede describir con palabras. Este es el lugar en el mundo en donde la muerte triste no existe, pues acá nos tomamos de las manos para homenajear a aquellos que nos han dejado y bendecir su vida entre canto, música y fiesta.
En el día de hoy, te contamos cómo es vivir la experiencia Travel Wise en el Estado Libre y Soberano de Michoacán, sintiendo de cerca la auténtica fiesta del Día de los Muertos.
Para los que no saben, el día De Los Muertos es una tradición mexicana celebrada el 1 y 2 de noviembre de cada año, en la que se honra la memoria de los muertos de una manera festiva y alegre. Esta ceremonia se originó como una fusión entre las festividades católicas y las diversas costumbres de los indígenas de México.
¿El lugar? Morelia, Estado que se encuentra a unas 4 horas de distancia de la Ciudad de México. Toda la región de aquel lugar se prepara con sus mejores ornamentos, vestuarios, arte y comida para recibir el 1 y el 2 de noviembre, a nuestros queridos difuntos, quienes regresan a visitarnos.
La experiencia arrancó claramente el 1 de noviembre y al llegar a Michoacán, la Catrina nos dio la bienvenida. Este es un sitio que emana cultura tradicional mexicana, con su gastronomía típica y la arquitectura que entrelaza la herencia española con el arte precolombino. Michoacán es uno de los estados más ricos de México en donde conviven lagos, bosques y otras bellezas naturales
Algo que se debe destacar es que los pueblos mágicos de Morelia se pueden visitar durante todo el año, pero cobran una distinción especial para los turistas y aldeanos en época de celebración de muertos, cuando los colores se hacen notar y las flores, las guirnaldas y vestimentas típicas inundan cada calle de la ciudad.
Mientras caminamos por sus calles y sacamos fotos, nos encontramos rápidamente con la plaza principal y su inmensa catedral que parece saludarnos desde la altitud de la cúpula. Y a pesar de que es otoño, el sol se hace sentir por estos lados sobre todo si nunca paras de caminar, aunque al caer la noche seguramente refrescará bastante y es que en estos lugares los climas son bastante variados.
Cuando dejamos de lado las fotografías, notamos que alrededor de la plaza, se comienzan a armar enormes altares con imágenes de los difuntos y velas infinitas. Vemos cómo de a poco todo va tomando color y se convierte en una mística celebración la cual creímos distinta a todas las demás.
Nos convertimos en unos espectadores de primera fila y observamos cómo cada quien cumple un rol diferente en esta festividad, pues otras personas se dedican a armar enormes tapetes de semillas, que van formando dibujos gigantes con figuras alegóricas. Allí nos cuentan que cada fecha tiene un significado diferente, pues el 1 de noviembre es el día de los niños difuntos y el 2 de noviembre es la celebración de los adultos difuntos, un dato que desconocíamos y que nos despierta aún más interés por esta fiesta.
Cada metro de este lugar está decorado para la ceremonia, es como si quisieran que todos fueran parte. Junto a la catedral por ejemplo se monta una exposición de Catrinas, que al verlas notamos que son una más linda que la otra, tanto que hasta quisiéramos que estuvieran a la venta. Esta figura es la que representa La Calavera Garbancera, quien es conocida mundialmente por esta conmemoración. Muchos no lo saben, pero es una figura creada por José Guadalupe Posada y bautizada por Diego Rivera.
A pocas cuadras, se pueden ver los pequeños restaurantes que habitan en aquel lugar, tan pintorescos como todo el entorno de Morelia. Elegimos uno donde cuelgan las guirnaldas mexicanas de columna a columna y que cuentan con amplias galerías donde se puede ocupar una mesa en medio de todos los viajeros que andan por estos lados.
Decidimos probar algo típico de Morelia y elegimos unos uchepos, tamales realizados con maíz y leche. Estos se sirven con carne, enchiladas y otro plato típico del lugar, las corundas, que son tamalitos doblados en forma de triángulos.
Pero Michoacán tiene un tesoro aún más grande en su gastronomía: las cocineritas tradicionales. Qué son tan célebres en la cultura de este país como lo es la fiesta del Día de Muertos. Ellas son un auténtico legado que representa el sentimiento más puro de los pueblos que habitaron estas tierras. Son quienes mantienen viva esta cultura y quienes tuvieron un gran protagonismo cuando se nombre a la cocina mexicana como Patrimonio Cultural intangible de la Humanidad.
Una vez finalizada nuestra comida, decidimos adentrarnos en el tour tradicional de Día de Muertos. El cual comprende desde Tzurumutaro, Pátzcuaro, Ihuatzio, Cucuchucho, hasta la Isla de Pacanda. A 27 kilómetros de Pátzcuaro, encontramos Santa Fe de la Laguna, un sitio mágico donde la charanda (aguardiente de caña de azúcar) y las guitarras inundan el aire con su melodía.
Estos lugares son más bien turísticos, aquí se puede hacer visitas a casas de familias Purépechas y ver todas las decoraciones, altares y banquetes que se realizan, los cuales te hacen sentir como se vive realmente este día. Las mujeres además de ser las anfitrionas son también quienes preparan grandes ollas de atole para los visitantes.
Si se desea visitar estos lugares, se debe tener en cuenta de que el silencio es fundamental, pues es quien se adueña de cada uno de los humildes rincones del hogar, mientras las familias permanecen en un religioso silencio de oración, aguardando con respeto y anticipación el sagrado momento en el que su ser querido regresará a visitarlos.
Y aunque es un momento íntimo también es algo que a ellos les gusta compartir, pues con gusto les relatan a los visitantes su historia. Dan detalles sobre sus altares, sobre cómo fueron creados y para quiénes. Allí nos enteramos de que por el tamaño de los altares se puede reconocer cuánto tiempo hace que esa familia perdió a su ser querido. Los más grandes y ampulosos señalan que es el primer año de la familia sin esa persona, los más discretos, indican que hace ya dos, tres o cuatro años que ya no está.
Pero si creen que eso es todo, deben saber que en el cementerio de Tzintzuntzan se encuentra la verdadera magia de esta festividad. Pues las velas que comienzan al principio forman una sola luz inundando el piso y las lápidas, mientras que todo el espacio se cubre de flores de colores. Allí se escucha la música típica y algunas guitarras que se mezclan con acordeones. Los familiares han venido a esperar a sus seres queridos con todo eso que amaron en vida: sus comidas preferidas, bebidas y canciones cantadas con el corazón.
De lo que más destaco de esta celebración es de la calidad humana con la que está hecha. Lo confirmé al notar cómo decoran con velas, flores y comida las tumbas de quienes no tienen familia. Todos se ponen de acuerdo para que nadie se encuentre solo en su vuelta a esta tierra.
Sin dudas es una celebración única que volveríamos a repetir cada año, pues es maravilloso observar como todo un pueblo se prepara para recibir a sus familiares y darle inicio a la fiesta. La energía que emana cada rincón es incandescente como las velas que iluminan cada calle y cada hogar. Hay una mística en el aire que nunca parece apagarse. Una vez en la vida, al menos, hay que verlo para poder creerlo.
Michoacán, un estado que palpita con la historia y la herencia de sus raíces purépechas, es mucho más que un simple destino turístico; es un viaje a través del tiempo, una inmersión en una de las culturas más ricas y vibrantes de México. La experiencia de recorrer sus pueblos, sus ciudades y sus paisajes es adentrarse en un mundo donde la tradición no es un recuerdo, sino una forma de vida.
La cocina michoacana es un pilar fundamental de su identidad. Reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es un festín para los sentidos. Aquí, los sabores ancestrales se fusionan con ingredientes locales para crear platillos que son verdaderas obras de arte. Las famosas carnitas de Quiroga son un ejemplo perfecto: trozos de cerdo cocinados a fuego lento en su propia manteca hasta alcanzar una textura crujiente por fuera y jugosa por dentro. Pero la riqueza culinaria va más allá. No puedes dejar de probar las corundas, pequeños tamales triangulares envueltos en hojas de maíz, a menudo bañados en salsa y crema, o los uchepos, tamales dulces hechos con elote tierno. Y para los paladares aventureros, la sopa tarasca, con su base de frijol y un toque de chile ancho, servida con queso, crema y tiras de tortilla, es una delicia inigualable que evoca la calidez de un hogar michoacano.
El talento artesanal de Michoacán es un tesoro vivo que se manifiesta en cada rincón del estado. Cada pieza cuenta una historia, un legado que ha pasado de generación en generación. En Santa Clara del Cobre, el martilleo constante del metal resuena por sus calles, dando vida a vasijas, ollas y joyería de un brillo único. En Capula, las manos expertas de los alfareros modelan las famosas “catrinas”, figuras de barro llenas de color y simbolismo que se han convertido en un ícono del Día de Muertos. No menos importantes son los maestros de Paracho, conocidos a nivel mundial por su laudería. Es en este «pueblo de guitarras» donde se crea una amplia variedad de instrumentos de cuerda, de un sonido tan puro y perfecto que ha viajado por el mundo entero.
Las tradiciones michoacanas son celebradas con una devoción y un colorido que asombran a propios y extraños. El Día de Muertos es, sin duda, la festividad más emblemática. En las orillas del Lago de Pátzcuaro, especialmente en la isla de Janitzio, las familias se reúnen en los panteones, iluminando el camino de sus difuntos con velas, flores de cempasúchil y ofrendas. Es un espectáculo de luz y fe que conmueve el alma. Otras celebraciones como el Corpus Christi en Pátzcuaro, donde los artesanos ofrendan sus mejores trabajos en procesiones, o las fiestas de la Mariposa Monarca, que celebran la llegada de millones de mariposas a los bosques de oyamel, son manifestaciones del profundo respeto que la gente de Michoacán tiene por sus raíces y por la naturaleza que los rodea.
La belleza natural de Michoacán complementa su riqueza cultural. Desde el imponente Volcán Paricutín, el volcán más joven del mundo, hasta la serena belleza del Lago de Pátzcuaro, los paisajes michoacanos ofrecen una aventura diferente. Los amantes de la naturaleza pueden visitar la Reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca, un santuario natural que alberga a millones de estos insectos durante su migración invernal. De igual manera, el Parque Nacional Barranca del Cupatitzio en Uruapan, conocido como «la fuente de la vida», es un oasis de cascadas y manantiales que invitan a la relajación y a la contemplación. Cada rincón de Michoacán es una invitación a vivir, a sentir y a conectar con un legado que trasciende el tiempo.