Una oportunidad única
Cuando se me presentó esta oportunidad no dudé ni un segundo en aceptarla y es que es tan fácil enamorarse de una ruta que propone unir los paseos por el Gran Canal de Venecia con las coloridas casitas de Innsbruck. Es irresistible caer en el encanto de toda la historia y todo el romance que encierran estos destinos llenos de arte, cultura y una inmensidad de propuestas que ante los ojos fueron como un amor fugaz, pero intenso, que volvería a vivir una y mil veces, ya que me dejó con muchas experiencias que sin dudas volvería a repetir.
Este libro de cuentos comenzó una mañana en Venecia, haciendo un paseo en góndola que es quizás uno de los mayores atractivos para parejas pues te hacen recorrer todo el canal mientras disfrutas de la vista y una música romántica, pero en mi experiencia hubo algo que me gustó más aún que eso y es que desde el puente de Rialto se puede apreciar con claridad el tráfico por el Gran Canal.
Al hacer mi recorrido temprano pude notar que la vista es encantadora y apreciar también el momento exacto en el que los cafés y restaurantes comienzan a abrir sus puertas mientras las pintorescas tiendas se van despertando junto con el día. En Venecia entendí que lo más importante es estar presente en los detalles y observar esto me dejó un gusto sencillo y apacible, lejos del ajetreo cotidiano, que en mi experiencia vale la pena apreciar.
Aprovecho esa tranquilidad del día y cuando la ciudad todavía permanece en un grato silencio me dirijo hacia la plaza de San Marcos, conocida por ser la única de todo Venecia, y también su principal destino turístico en donde abundan fotógrafos y turistas. Desde este punto se puede tener acceso a los edificios históricos más importantes como la Basílica, el Palacio Ducal o la Torre de Campanile. Esta parte de Venecia también es más hermosa cuando apenas sale el sol, pues hay pocas personas por las calles y el lugar parece estar abierto solamente para mí.
Luego de pasar un grato momento en la plaza, decido aprovechar lo que resta de la mañana y despertarme del todo tomando un rico café. Me dirigí por recomendaciones a uno de los lugares más históricos de Venecia: El Café Florián, el cual fue inaugurado en 1720 y el que a pesar de muchas restauraciones aún conserva el espíritu de aquellas épocas en sus diferentes salones al igual que muchos de los recintos de Venecia.
Cuando probé el café de ese lugar entendí sin dudas que este tipo de gustos hay que dárselos al menos una vez en la vida y aunque el precio no es tan amigable para los turistas, créanme que vale toda la pena pues su sabor es inigualable. Allí mismo me enteré de muchas anécdotas sobre el sitio y me contaron como este fue el primer local que permitió la entrada de mujeres en Venecia, también que fue centro de reunión de grandes figuras de la cultura como Stravinski y Rousseau.
Mientras los relatos continúan no paro de pensar en que la ciudad de los canales está rodeada de historia, anécdotas y una arquitectura única. Cuando culmino mi café observo el sitio y creo hipótesis sobre los miles de momentos icónicos que habrán transcurrido en este lugar.
“Italia es el país más hermoso del mundo, Venecia es la ciudad más hermosa de Italia, Piazza San Marcos es la plaza más hermosa de Venecia, el Café Florián es el más hermoso de Piazza San Marcos, por lo tanto, usted está tomando un café en el lugar más hermoso del mundo”, esto es lo que se lee en sus menús. Y debo decir que no se equivocan.
Una vez finalizada mi estadía en aquel café, decidí realizar una breve recorrida que me llevó directo hacia el puente de Los Suspiros, un punto estratégico que une el Palacio Ducal con la antigua Prisión De La Inquisición. Lleva este nombre porque evoca los últimos suspiros de los prisioneros al contemplar por última vez el mar. Y aunque la razón de su nombre es algo triste, no puedo evitar sentir que hay también algo de melancólico en todo lo romántico.
La capital del Tirol es bastante accesible desde Venecia porque entre ciudad y ciudad hay tan solo unas cuatro horas de viaje, que encima tiene todo un camino casi de cuentos de hadas. El trayecto hacia aquel lugar fue sin dudas uno de los más hermosos que he experimentado pues me regaló montañas, copos de nieve, un cielo azul y praderas verdes que continuaron hasta la colorida Altstadt.
Cuando llegué simplemente fue maravilloso, no podía dejar de sacar fotos y llenarme con todo lo que estaba viendo. Los edificios de la ciudad decoran la mitad del paisaje ondulado y apreciarlos es como si estuvieras dentro de un cuento, pues sus detalles medievales me fueron transportando a otras épocas.
Todas las fachadas desprenden colores cautivadores, cada construcción parece decir a los gritos que es un lugar único en el mundo. Allí aprendí que estas pintorescas tonalidades no son meramente decorativas: en los comienzos, los carniceros pintaban sus fachadas de rojo, los orfebres y herreros de azul, los panaderos de verde, y así se creaba un código compartido entre toda la ciudad.
Conocer Innsbruck fue toda una experiencia mágica y es que para mí esta ciudad es cautivadora, con una dulzura que se respira en su aire salpicado de prados verdes. Pero no es solamente bella, también es misteriosa, inteligente y culta llena de arquitectura imperial y moderna que la destaca entre muchas ciudades que se encuentran en Austria.
En lo personal, siento que las cualidades que más enamoran de un lugar están allí a la vista de todos. Lo descubrí visitando la Hofkirche, la iglesia gótica de la corte, que guarda el monumento fúnebre del emperador Maximiliano I, rodeado por 28 estatuas de tamaño real, realizadas en bronce. Representan a las mujeres que él eligió para proteger su tumba estoicamente para toda la eternidad, un detalle que me pareció más que interesante, heroico.
La iglesia tiene un tamaño increíble, de las más grandes que he visitado, y se encuentra en el medio de la ciudad.
Pregunte por los puntos más importantes de la ciudad y realice un tour por los lugares que me parecen imperdibles como La Torre de la Ciudad, El Museo Nacional del Tirol, recorrí la calle de Maria-Theresien-Strasse y visite el Funicular Nordkettenbahnen. Sin dudas todos estos espacios me maravillaron de solo verlos y me hicieron creer que había encontrado el amor al conocer Innsbruck.
Pero si ya me sentía totalmente enamorada de esta ciudad, creo que sellé mi compromiso cuando conocí el Tejadillo De Oro, el goldenes dachl. Es el verdadero símbolo de este lugar y el más famoso también. Este cubre un balcón entero de la Neuer Hof desde el año 1500. Está formado por 2.657 tejas de cobre doradas a fuego, originales de aquella época y las cuales tienen un valor estimado de más de 1500 euros la unidad. Hace varios siglos, el tejadillo llevaba una inscripción que al día de hoy es un misterio, aunque los lugareños aseguran que el texto decía: “Aprovecha cada momento y no te pierdas ni un baile, pues al más allá no te podrás llevar nada”.
Regrese con esa enseñanza marcada a fuego en el corazón y culmine con ella este viaje que guardaré para siempre. Vuelvo a casa con miles de recuerdos, anécdotas, sentimientos y colores que quedarán grabados y con la plenitud que solo un lugar como este me pudo dejar.
No solo volví distinta, sino que lo hice mejor que nunca.
Empezá a viajar acá.