A diferencia de muchos de los viajeros que me he cruzado en este recorrido, esta era mi primera vez en Mykonos. Un poco por eso y otro poco porque prefiero disfrutar de la sorpresa, no esperaba nada de esta coqueta isla, más que algún atardecer de ensueño y callejones teñidos de blanco y azul.
Al poco tiempo de estar allí, se me ocurrió pensar que Mykonos es la respuesta elegante a la desenfadada Ibiza. Ambas tienen mucho en común: su turismo exclusivo, sus visitantes de los rincones más alejados del mundo, sus cenas fastuosas en la costa a la luz de las velas mientras los barcos se confunden en el horizonte. Pero la bella isla griega tiene algo que las demás no tienen: unicidad y refinamiento.
Mykonos
Me atrapa poderosamente su elegancia silenciosa y el mar quieto de aguas transparentes. Más que un paseo turístico o una visita obligada del viajero, Mykonos es inspiración pura. Cuando el día entra presuroso por los pasajes empedrados y entre las flores magenta de los árboles de Santa Rita, la alegría parece invadir a todos los visitantes y yo no puedo esperar para salir a caminar, recorrer y disfrutar de un brunch con vista al mar.
Imagino que los lugareños deben ser las personas más felices del mundo, rodeados de tanta belleza y en la cuna de la civilización occidental. Siento una sana envidia por los que todos los días tienen a la mano las tienditas de la pintoresca calle Matoyianni en Hora (la de los callejones estrechos, escalinatas blancas y detalles azules que siempre evocamos cuando pensamos en Grecia), una vida de playa que nada tiene que envidarle a Saint Tropez e incontables locales de street food con variedades de gyros y souvlakis.
Matoyianni – Mykonos
Más allá de su seductor ritmo diurno, Mykonos tiene una alternativa nocturna para todos. Mientras los más animados se van a alguna fiesta o club de moda, yo prefiero los beach bars más tranquilos donde disponen de reposeras sobre la playa y se puede probar una exquisita ambrosía (un trago dulce y con personalidad) o un pathos, típico vino rosado, servido con jugo de lima y jarabe de manzana.
Pero la isla no es solamente una cara bonita. De paso por este mágico lugar, es imposible perderse los lugares culturales típicos: la pequeña Venecia con sus casitas y escaleras que delinean el mar, los tradicionales molinos (Kato Milli), la iglesia de Paraportiani y mi favorita, Rarity Gallery, donde se encuentran las más creativas y disruptivas obras de artistas locales.
Pequeña Venecia – Mykonos
No creo que en lo que va de mi recorrido haya aprendido nada del idioma griego. Pero en Mykonos me enseñaron la palabra más linda de todas: spiti, que significa hogar. Y eso es lo que esta isla representa para mí desde ahora, un pedazo de mi corazón al que siempre desearé volver.