De mar y tierra: la ruta de la sal y el Marsala
Hay un mito extraño sobre la personalidad isleña. Se dice que es un poco más cerrada, que mientras más pequeño el territorio, más ermitaños los pobladores, que están muy asentados en sus propios modos. Y puede ser porque Sicilia es en realidad una isla bien grande y amplia o porque el italiano es en general abierto, ampuloso y cercano culturalmente a nosotros, pero en pocos lugares me sentí tan en casa estando tan lejos.
Me desperté en la ciudad de Marsala, en la provincia siciliana de Trapani. Es en verdad una de las ciudades más tranquilas que haya conocido y todo el mundo me parece increíblemente apacible y sonriente. Su nombre resuena en el dulzor característico de sus vinos tradicionalmente usados en postres, pero Marsala es mucho más. Otra cosa en la que muchos viajeros apresurados olvidan reparar.
Al caminar por sus callecitas cubiertas de mármol y estudiando el detalle de los majestuosos edificios barrocos, me doy cuenta de que Marsala es como yo: de placeres simples, de aperitivos abundantes, de restaurantes familiares y de silencios cómplices.
De la ciudad dulce a los paisajes salados
Más tarde estaba camino a la Reserva natural de la Salinas, partiendo desde la ciudad de Trapani en la provincia homónima. Los que no hayan tenido el placer de caminar por estos lados del mundo seguramente se preguntarán por qué dedicar un día a recorrer una ruta de sal. Incluso yo me lo preguntaba antes de partir.
El paisaje mismo me respondió este interrogante con poco y nada de dificultad: la laguna y las islas del Stagnone son una reserva natural que exhibe orgullosa una enorme diversidad. Sus aguas cálidas acogen muchas especies de peces, crustáceos y una rica vegetación acuática. Algunos visitantes se sumergen en las aguas acogedoras, los más osados practican kitesurf. No puedo comenzar a describir lo alejado del mundo que parece este paisaje. Es como si no hubiera nada más después de aquí.
Poco equipaje, zapatos cómodos e infinitas ganas de explorar es todo lo que hace falta para hacer este recorrido. Cuando el cansancio se hace sentir, descansar en la parte baja de la laguna es casi como un bálsamo reparador.
Con un poco más de una hora de viaje, se llega desde este punto a Selinunte, el parque arqueológico más grande de Europa y máximo exponente de la herencia griega. De su tradición en aceites de oliva deviene que este sea el puntapié inicial para comenzar la tradicional ruta del aceite, pero esa es otra historia.
Lo mejor de Sicilia es que, en cualquier lugar donde gane el cansancio, se puede encontrar algún barcito o asiento improvisado en donde disfrutar de un clásico cannolo (un “cañón” de masa crocante, relleno de crema de ricota fresca endulzada, con frutas y trocitos de chocolate). El mejor bocado que ofrecen las gloriosas tierras entre Trapani y Marsala.
Al final, me terminé enamorando de Sicilia. No era un lugar con el que soñaba. No estaba en mis itinerarios de viajes más que por algún impulso curioso de conocer una tierra de antepasados. Pero sí se convirtió en un lugar con el que soñaré por mucho tiempo luego de mi regreso.
Ahora seguiré el recorrido por Nápoles y desde allí contemplaré Capri y Pompeya. Ojalá la bella Italia no deje de asombrarme.